En un nuevo estudio, el rover Yutu-2, que aterrizó en la Luna en 2019, descubre una serie de pasadizos subterráneos.
Un estudio reciente, publicado en la revista científica JGR Planets, resalta la contribución del rover chino Yutu-2 y su labor en la cara oculta de la Luna. En 2019, el rover llegó al satélite de la Tierra a través de la sonda Chang’E-4 y desde entonces ha llevado a cabo un valioso trabajo recopilando mediciones, incluido el análisis de las capas subterráneas del cuerpo celeste.
Utilizando el instrumento LPR (Radar de Penetración Lunar), el rover envía señales de radio al interior del satélite para capturar los ecos generados por los materiales encontrados. El radar emplea distintas frecuencias: frecuencias altas revelan la composición del material justo debajo de la superficie, mientras que frecuencias más bajas permiten alcanzar mayores profundidades.
En 2020, el rover Yutu-2 había alcanzado una profundidad de 40 metros. Sin embargo, en esta ocasión, se ha investigado hasta 300 metros bajo la superficie lunar. Se ha identificado la presencia de hasta 5 capas de materiales a partir de los 90 metros, con diferentes grosores; las capas más grandes se localizan en las profundidades mayores.
Según los investigadores, la composición interna del satélite, tal como se detalla en el estudio, proporciona evidencia del pasado volcánico del satélite. Esta teoría se basa en las características de la superficie, con vastas extensiones de basalto formadas por actividad volcánica, que constituyen los conocidos ‘mares’ lunares. Un ejemplo es el cráter Von Kármán, donde la sonda Chang’E-4 aterrizó.
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— Karthik (@Karthik00a) August 21, 2023
Los científicos postulan que el adelgazamiento progresivo de los estratos internos del satélite se debe a la disminución gradual de la expulsión de lava. Esto se alinea con el conocimiento existente sobre la actividad volcánica lunar, que disminuyó conforme la Luna envejecía y enfriaba. Como revelación adicional, se ha logrado identificar un cráter oculto entre las distintas capas en el interior del cuerpo celeste, reforzando la hipótesis de que el satélite albergó volcanes hace millones de años.