Gustavo y Jalisco son los encargados de repartir las provisiones en la vereda de Titiribí, una zona aislada por la precariedad
El Colombiano dio a conocer la historia de Gustavo y Jalisco los encargados de recorrer las veredas para entregar, casa por casa, los encargos que les hace media vereda. Ellos deben recorrer los caminos de Titiribí, que se levanta desde el cañón del río hasta los farallones y cuchillas montañosas.
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Gustavo, de 74 años, y Jalisco, son los emisarios encargados de ir a comprar los víveres, las pipetas de gas, el abono para los palos de café y los cultivos, los bultos de cemento y hasta la leña.
“Siempre hay una primera vez, Maruja. Venga para que salga por el talavasor”, dice Gustavo, que se equivoca adrede para que su vecina se ría. “Toca dejar la pipeta bien templada, la última vez se volteó con enjalma y todo por allá abajo. Había quedado floja la cincha”, recuerda Gustavo.
Gustavo llega a la carretera, amarra a Jalisco su fiel acompañante para que pueda pastar y se va al pueblo a comprar los encargos. Un hijo le regaló el caballo hace cinco años para que pudiera esquivar el pantanero en invierno, cuando el agua escurre desde lo alto y anega el paso.
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Las 15 casas desperdigadas en ese trecho de senderos de Titiribí se iluminan Gustavo y Jalisco coronan los recovecos y el domicilio llega. Guandolo y melaza son la recompensa para los que llevan la esperanza en ese paraje, en el que el olvido se tragó hasta los días cuando todo lo que brillaba era oro.